Cuando comencé el CBC en 1993 en Paseo Colón, me tocó una materia que era Sociología. En esa época, para un estudiante de Ciencias Económicas como era yo, estudiar "eso" nos parecía una pérdida de tiempo total y también una manera de sumar nota al promedio, ya que la materia era fácil, entretenida por sus textos y el profesor era un terrible ganso que en los parciales se iba del aula para que nos "copiemos" nada, porque el parcial era un trámite. Así y todo, en el tamiz del conocimento siempre se rescata algo: este precioso texto de un sociólogo catalán me acompaña desde entonces.
“Algunas formas de  vida distintas de las vigentes tienen gracia, indudablemente. Para mejor y para  peor, las cosas podrían ser de otra manera y la vida cotidiana de cada uno y  cada una, así como la de los ‘cadaunitos’ sería bastante diferente. La persona  lectora no obtendrá de este libro recetas para cambiar la vida ni –sin que  vayamos a hilar demasiado fino sobre la cuestión- grandes incitaciones a  cambiarla, pero sí algunas consideraciones sobre el hecho de que las cosas no  son necesariamente, naturalmente, como son ahora y aquí. Saberlo le resultará  útil para contestar a algunos entusiastas del orden y el desorden establecidos,  que a menudo dicen que ‘es bueno y natural esto y aquello’ y poder decirles  educadamente ‘veamos si es bueno o no, porque natural no es’.
  Consideremos un día  en la vida del señor Timoneda. Don Joseph Timoneda i Martinez se ha levantado  temprano, ha cogido su utilitario para ir a trabajar a la fábrica, oficina o  tienda, ha vuelto a casa a comer un arroz cocinado por su señora y más tarde ha  vuelto de nuevo a casa después de tener un pequeño altercado con otro conductor  a consecuencia de haberse distraído pensando en si le ascienden o no de sueldo y  categoría. Ya en casa, ha preguntado a los críos, bostezando, por la escuela, ha  visto en telefilme sobre la delincuencia juvenil en California, se ha ido a  dormir y, con ciertas expectativas de actividad sexual, ha esperado a que su  mujer terminara de tender la ropa. Finalmente se ha dormido pensando que el  domingo irá con toda la familia al apartamento. Lo último que recuerda es a su  mujer diciéndole que habrá que hablar seriamente con el hijo mayor porque ha  hecho no se sabe qué cosa.
  Este es el  inventario banal de un día normal de un personaje normal. La vida, dicen. Pero  ATENCIÓN, si el señor Timoneda es un personaje ‘normal’, ‘medio’ y éste es un  día normal, es porque estamos en una sociedad capitalista de predominio  masculino, urbana, en etapa que llaman de sociedad de consumo y dependiente  culturalmente de unos medios de comunicación de masas subordinados al  imperialismo. El personaje ‘normal’, si la sociedad fuera otra, no tendría que  ser necesariamente un varón, cabeza de familia, asalariado, con una mujer que  cocina y cuida de la ropa y con un televisor que pasa telefilmes  norteamericanos.
  Hablando de José  Timoneda Martinez, consideremos ahora cómo incluso su nombre está condicionado  por una red de relaciones sociales. Oficialmente no se llama Joseph Timoneda i  Martinez sino José Timoneda Martínez, vuelve la cabeza cuando alguien lo llama  Pepe, se cabrea en silencio cuando es el jefe de personal quien le llama  Timoneda sin el señor adelante y, enérgica y explícitamente, cuando es un  subordinado suyo quien lo hace; insiste o no en hacerse llamar Pepe por una  mujer según el aspecto que ella tenga y se siente bastante orgulloso de ser  cabeza de familia, porque así los niños han de nombrarlo según su cargo  doméstico de ‘papá’. Hay mucho más, sin embargo, en su nombre mismo. No diré  simplemente que si hubiese nacido en África quizás se llamaría Bambayuyu, que es  un nombre muy sonoro y de un exotismo justificable por la diferencia de lengua.  No. Sin salirnos de nuestro ámbito, observaremos que no naturalmente habría de  componerse su nombre del nombre de un santo de la iglesia católica, de un primer  apellido que transmitirá a sus hijos y que le vincula al padre de su padre y un  segundo que no transmitirá y que le vincula al padre de su madre. Es solamente  una forma. Podría llamarse Joseph hijo de Joan Timoneda o hijo de Empar  Martínez, Timoneda Joseph o tomar el nombre de su origen y resultar Timoneda de  Borriaña, o haber podido elegir, al llegar a mayor, el nombre o cuál de los dos  apellidos prefería llevar delante. Podría ser de otra manera, pero ésta es la  que le ha correspondido, ya que vive aquí. Son costumbres. Atención, sin  embargo!!! Hay quien dice que ‘son costumbres’, como si, reconocido el carácter  no natural de las maneras de vivir éstas fueran resultado de un puro azar,  cuando en realidad nos reenvían una y otra vez a los datos fundamentales de la  sociedad. El nombre del señor Timoneda nos da pistas sobre la influencia de la  Iglesia católica y sobre el hecho de que los padres ‘pintan’ más que los hijos y  el padre más que la madre. Eso en el nombre solamente. Los actos cotidianos del  señor Timoneda nos proporcionan muchas más pistas.
  El señor Timoneda  podría haber pasado el día de muchas otras maneras. Nada en su biología se lo  impide. Podría haber trabajado en su casa, si es que se puede hablar de casa al  mismo tiempo a propósito de un espacio de 90 m2, en un sexto piso y a propósito  de un edificio que fue la casa de los antepasados y sigue siendo taller. La  mujer del señor Timoneda podría haber estado haciendo parte de la faena del  taller y el hijo mayor también mientras aprende el oficio del padre. El más  pequeño de los críos podría haber pasado el día en la calle o en casa de otros  vecinos, sin noticia ni deseo de escuela alguna.
  O bien, el señor  Timoneda podía haber pasado el día cocinando para la comuna, por ser el día que  le tocaba el trabajo de la casa, mientras los demás trabajaban juntos en el  campo, en la granja o en los talleres, grandes o pequeños, todos  proporcionalmente a sus fuerzas y habilidades; y al atardecer reunirse todos  para reírse ante una televisión más divertida o para discutir ante emisiones más  informativas. 
  (...) El día del  señor Timoneda podía haber sido, pues, muy distinto y también el de las personas  que le rodean. Sería un error pensar que sólo podría haber sido distinto de  haber nacido en otra época. Con el nivel tecnológico actual son posibles  diferentes formas de vida.
  Esta pequeña  introducción impresionista a ‘una sociología de la vida cotidiana’ insistirá  siempre sobre esa misma idea: que las cosas podrían ser –para bien y para mal-  distintas. Dicho de una manera más precisa: que no podemos entender cómo  trabajamos, consumimos, amamos, nos divertimos, nos frustramos, hacemos  amistades, crecemos o envejecemos, si no partimos de la base de que podríamos  hacer todo eso de muchas otras formas.
  A menudo, cuando se  muere un pariente, te atropella un coche, le toca la lotería a un obrero en  paro, se casa una hija o te hacen una mala jugada, la gente dice: ‘¡es la vida!’  o bien ‘¡es ley de vida!’.
  Lo que hacemos no  es, sin embargo, la vida. Muy pocas cosas están programadas por la biología. Nos  es preciso, evidentemente, comer, beber y dormir; tenemos capacidad de sentir y  dar placer, necesitamos afecto y valoración por parte de los otros, podemos  trabajar, pensar y acumular conocimientos. Pero cómo se concrete todo eso  depende de las circunstancias sociales en las que somos educados, maleducados,  hechos y deshechos. Qué y cuántas veces y a qué horas comeremos y beberemos,  cómo buscaremos o rechazaremos el afecto de los otros, qué escala y de qué  valores utilizaremos para calibrar amigos y enemigos, qué placeres nos  permitiremos y a cuáles renunciaremos, a qué dedicaremos nuestros esfuerzos  físicos y mentales, son cosas que dependen de cómo la sociedad –una sociedad que  no es nunca la única posible, aunque no sean posibles todas- nos las defina,  limite, estimule o proponga. La sociedad nos marca no sólo un grado concreto de  satisfacción de las necesidades sino una forma de sentir esas necesidades y de  canalizar nuestros deseos.
  Así, pensar una  bomba nueva, desear una lavadora de otro modelo, comer más a menudo platos  variados aunque congelados, valorar a los demás por el número de objetos que  poseen y dedicar los esfuerzos afectivos a asegurar el monopolio sentimental  sobre una persona no es más ‘humano’, no es más ‘la vida’, no es más ‘natural’  que pensar nuevos trucos de magia recreativa, desear más sonrisas, hacer una  fiesta el día en que sí que comes pollo-pollo o valorar a una persona porque  tiene más capacidad de gozar que tú y está dispuesta a enseñarte.
  El amor, el odio,  la envidia, la timidez, la soberbia... son sentimientos humanos. Pero, ¿en qué  cantidad y a propósito de qué los gastaremos? ¿Es lo mismo odiar a los judíos  que a los subcontratistas de mano de obra? ¿Es igual envidiar ahora la casa con  jardín y piñada de un poderoso, cuando quedan ya pocos árboles, que cuando eso  sólo representaba un símbolo de poder o de prestigio? ¿Es igual amar a una  persona sometida que a una persona libre? ¿Se puede ser tímido del mismo modo en  un mundo donde es convenientes ser presentado para hablar con otro que en una  sociedad donde todos se tutean, tratando de imponer una familiaridad que no  siempre deseamos?
  ‘Nacer, crecer,  reproducirse y morir’. De acuerdo, eso hacemos. Pero ¿acaso no importa cómo y  cuándo naces, qué ganas y qué pierdes al crecer, por qué reproduces y de qué y  con qué humor te mueres?
  El señor Timoneda  se levanta cuando el satélite artificial se hace visible en el cielo de su  ciudad. Antes de salir de su cápsula matrimonial mira a su compañero, dormido  todavía y se coloca la escafandra individual. Hoy es un día especial; la lotería  estatal sortea simultáneamente los quince que serán autorizados para procrear,  los mil treinta y uno que se someterán a las pruebas de guerra bacteriológica y  sesenta y dos viajes a los carnavales de Río para dos personas y una mutante.  Sale a la calle ya dentro de su heteromóvil y choca enseguida con otro. Se matan  los dos conductores y el viudo del señor Timoneda es obligado a seguir la  costumbre de suicidarse en la pira funeraria. ¿Es natural eso?
  Esa sociedad  imaginaria resulta ser capitalista, postnuclear, despótica, de atmósfera  precaria y homosexual neomachista. Es una sociedad posible. Podría ser  anticipada proyectando y acentuando los rasgos de la sociedad capitalista actual  y suponiendo que hubiese tenido lugar, tras una rebelión feminista aplastada,  una eclosión de la homosexualidad reprimida acompañada de un explícito cultl al  mahco.
  La persona lectora  tiene ante sí ahora otra sociedad. ¿Es la única posible? Tal vez diga que no,  porque personalmente apuesta por el socialismo. ¿Pero qué socialismo? ¿Un  socialismo donde sólo cambie la forma de gestión del capitalismo? ¿Una sociedad  igual a ésta excepto en el precio más barato de los electrodomésticos?
  AH!!! Un poco de  distancia respecto de su entorno no le vendría nada mal al lector o a la  lectora.